12/15/2012

De la educación sumisa al aprendizaje en libertad

Artículo originalmente publicado el 2009 en la publicación PODEMOS!

La función del sistema de enseñanza es la enseñanza del sistema. Así, en la escuela se aprende primordialmente a obedecer la autoridad del maestro –que después se convertirá en la autoridad de la corporación o del jefe–, a competir con los compañeros de clase –que posteriormente serán compañeros de trabajo–, a hacer las cosas con el objetivo de conseguir puntuaciones y títulos –que después serán dinero– y no por la simple satisfacción de hacerlas, a ejecutar deberes impuestos, a olvidar y reprimir nuestros deseos, a no cuestionar lo que se nos dice y ordena, etc. Poco a poco se nos inculcan una serie de costumbres y creencias que, llegado el momento, servirán para que nos adaptemos al sistema dócil y resignadamente.

Claro está que existen grandes profesionales y buenos alumnos en nuestras aulas. Pero, desgraciadamente, tienen que acatar unos imperativos (exámenes, asistencia obligatoria, etc.) que inspiran desunión, frustración y sumisión. Los marcos educativos vigentes, como el resto del sistema, no están diseñados con el objetivo de promover la felicidad humana, sino con el objetivo lucrativo y expansionista de la economía de mercado. La reacción natural de muchos adolescentes ante esta situación es una rebelión negativa, apática o incluso agresiva, y así, no es extraño que las bajas y depresiones sean cada vez más frecuentes entre el colectivo de educadores.

Por otra parte, el proceso de privatización y mercantilización de las últimas décadas en todos los ámbitos, no ha olvidado el ámbito de la educación. Las elites dominantes de Europa han decidido que la concepción de la universidad como un servicio público al alcance de todo el mundo no servía a sus intereses y, por eso, habría que convertir la universidad en una institución del mercado y para el mercado, no de las personas y para las personas. El resultado es el llamado proceso de Bolonia, que cada vez recibe mayor oposición por parte de alumnos y profesores.

Así, no es sorprendente que podamos hablar de crisis de la educación, y que esta crisis sea cada día más patente. Así como esta sociedad posee un alto grado de conocimiento ecológico pero es incapaz de frenar la destrucción del medio natural, igualmente esta sociedad posee grandes conocimientos y potencialidades pedagógicas pero es incapaz de frenar el deterioro de las instituciones educativas.

El primer paso para salir de este callejón sin salida es que pequeños y mayores nos deseducamos de los valores que este sistema nos ha inoculado. Para hacerlo, necesitamos potenciar nuestra capacidad de reflexión y aprendizaje independiente y crear instituciones educativas alternativas que reemplacen la imposición por la autonomía y la competencia por la cooperación. La actual negación de las reformas neoliberales tiene que conducir, tarde o temprano, al desarrollo de una visión positiva que genere nuevas escuelas libres y universidades autogestionadas. Es aquí donde todos y todas tenemos un gran futuro por explorar.

Puestos a explorar, lo tenemos que hacer desde el origen. Y es que ya en los niveles más primarios de la crianza, la mayoría de bebés y niños se ven muy pronto separados de lo que les es natural, como la lactancia materna y el dormir acompañados. Se les corta su desarrollo emocional de raíz y así, cuando crezcan, se les impedirá aprender jugando para modelarlos como piezas adecuadas del engranaje materialista, como ya se ha explicado.

Afortunadamente, existen alternativas en los diversos períodos de la educación. Desde la autogestión, la responsabilidad compartida y la implicación cotidiana, múltiples espacios de crianza natural y educación libre están naciendo para ofrecer un espacio y acompañamiento adulto que respete los procesos evolutivos del niño, respondiendo a sus necesidades hacia el desarrollo de una autonomía individual y unos valores sociales reales que no sólo se explican, sino que se aplican. Hace falta que se creen más alternativas de este tipo, y no tan sólo para liberar los primeros años de vida, sino para construir trayectorias vitales libres de la presión utilitarista de los benefi cios empresariales. Hay que crear un camino curricular que pueda conectar el aprendizaje como niños con el aprendizaje como adultos.

El contexto de crisis, con un sistema productivo que se hunde, hace obsoletas muchas profesiones basadas en el crecimiento que todavía se enseñan en las universidades y nos llama a replantearnos qué aprendizajes pueden ser importantes para nuestro futuro y cómo se pueden llevar a cabo. Recuperar la capacidad para autogestionar nuestras formas de vida implica recuperar muchos aprendizajes prácticos que no se enseñan en la educación oficial y que serán fundamentales para poder vivir bien a partir de ahora. Por eso, será importante recuperar los conocimientos de la gente mayor, que hace sólo una o dos generaciones sabían vivir de manera mucho más autosuficiente a como lo hacemos ahora.

Recuperemos la capacidad de aprender y enseñar para disfrutar la vida directamente, sin complicaciones innecesarias, estimulando nuestras potencialidades naturales. Dejemos de ser prisioneros de nuestro propio egoísmo, de sentirnos inseguros y solos. Intentemos desarrollar el sentido de responsabilidad hacia nuestros congéneres en lugar de glorifi car el poder y el materialismo. Alumnos y profesores podemos dejar de compartir las aulas por lazos de obligación y empezar a compartir el hecho educativo por el goce de aprender y enseñar.

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